Este texto pretende ser una primer aproximación a la crítica del concepto hegemónico sobre la democracia, reflejo de la democracia que es. O sea, el concepto más ampliamente aceptado en la teoría y en la práctica. A esta forma de comprender y practicar la democracia -que es alabada por nuestros televisores y medios masivos de comunicación- la podemos adjetivar como burguesa, o representativa-procedimental, y podemos decir también que dota de una estructura política común a países tan diversos como Estados Unidos, Alemania, España, México, Colombia, etc. Ahora bien, me parece pertinente señalar desde ahora lo siguiente. Sentenciamos a la mencionada democracia: culpable –junto a la pandilla de estructuras hegemónicas actuales y su líder- de coadyuvar a generar y regenerar, la continuidad de la dominación, enajenación y explotación de la mayor parte del género humano, así como la destrucción de la naturaleza; aunados, el mayor de los crímenes para quien no es suicida ni asesino.
En México, la democracia en cuestión comenzó a gestarse a finales de la década de los 60, gracias a la lucha que diversos grupos de la sociedad -muy distantes entre sí en cuanto a sus fines últimos- mantuvieron en contra del régimen por la obtención del derecho a disentir y a participar en la vida política institucional; para el año 2000 la democracia burguesa fue dada a luz con la primer derrota Priísta en una elecciones presidenciales, síntoma innegable de transición a una nueva fase de dominación político económica del sistema capitalista en el país. Hoy día, Calderón y Obrador encabezan proyectos de nación antagónicos, en ciertas dimensiones: el segundo, por bosquejar una imagen, representa un tímido rechazo a las formas del capitalismo neoliberal, opta por una forma capitalista-nacionalista y apela al sentido de justicia social, a un capitalismo "humanitario", o lo que es lo mismo, a una explotación dirigida por esclavistas "bondadosos"; Calderón por su parte encarna la venta descarada del país a los dueños del capital extranjero, eufemísticamente presentada como un proyecto de generación de empleo, incentivación de la competitividad, modernización con manos limpias, etc. Si quisiéramos encontrar algo en común entre ambos personajes de la clase política de este país, en definitiva, podríamos mencionar lo siguiente: el consenso -con sus respectivas diferencias al interior de lo idéntico- en perpetuar la práctica del tipo de democracia que aquí intentamos criticar, la cual, tiene como fin último mantener las estructuras fundamentales de las relaciones político-económicas existentes; las reglas básicas del capitalismo, reinantes desde almenos principios del siglo XVII. Así pues, ambos políticos, comparten el supuesto central: que el llamado desarrollo de la nación tiene que pensarse al interior del sistema capitalista globalizado y de sus formas democráticas, sea bajo el modelo neoliberal o bajo modelos inspirados en el llamado Estado de bienestar.
Como dije, la democracia burguesa es promovida y aplaudida, implícitamente o explícitamente, por los medios masivos de comunicación del capitalismo, así como por un nutrido grupo de "intelectuales". Quienes apoyan este tipo de democracia manejan, entre otros, un par de presupuestos quiméricos, de concepciones falsa tomadas y vendidas como verdad: 1) Que la política tiene como fin la consecución del poder y 2) Que el capitalismo es inexorable e inmutable en otra forma de organización social. Para las plumas y voces que defienden estos supuestos, a lo sumo, se podría hablar de una constante reformulación del capitalismo –la cual puede reflejarse positiva o negativamente en la calidad de vida de las mayorías-. Para ellos, los sistemas políticos de régimen democrático no deben ocuparse de manera primordial por mejorar la vida de las mayorías. No; la principal función de estos es más bien la de elegir, por medio de un supuesto respeto a la decisión de las mayorías, que fracción de una elite político económica debe encargarse de administrar la vida de una nación, comprometida con el desarrollo del mercado capitalista mundial, presunta fuente de todo lo bueno que podamos imaginar.
Como dije, la democracia burguesa es promovida y aplaudida, implícitamente o explícitamente, por los medios masivos de comunicación del capitalismo, así como por un nutrido grupo de "intelectuales". Quienes apoyan este tipo de democracia manejan, entre otros, un par de presupuestos quiméricos, de concepciones falsa tomadas y vendidas como verdad: 1) Que la política tiene como fin la consecución del poder y 2) Que el capitalismo es inexorable e inmutable en otra forma de organización social. Para las plumas y voces que defienden estos supuestos, a lo sumo, se podría hablar de una constante reformulación del capitalismo –la cual puede reflejarse positiva o negativamente en la calidad de vida de las mayorías-. Para ellos, los sistemas políticos de régimen democrático no deben ocuparse de manera primordial por mejorar la vida de las mayorías. No; la principal función de estos es más bien la de elegir, por medio de un supuesto respeto a la decisión de las mayorías, que fracción de una elite político económica debe encargarse de administrar la vida de una nación, comprometida con el desarrollo del mercado capitalista mundial, presunta fuente de todo lo bueno que podamos imaginar.
Ahora bien, existe otro tipo de literatura elaborada por autores explícitamente anticapitalistas, en absoluto publicitada por los medios de comunicación, que parte de presupuestos muy distintos: 1) Que el objetivo de la política debe ser generar y reproducir una vida digna para la humanidad en su conjunto, buscando el equilibrio con la naturaleza; 2) Por tanto, la sociedad capitalista o burguesa al no tener ese objetivo como el elemento central de su razón de ser, erigiendo en cambio el objetivo de generar una lucha entre privados por la obtención de la mayor acumulación posible de capital, debe de ser trascendida en orden de preservar a la naturaleza y a la humanidad.
Así pues desde el marco de referencia de una racionalidad orientada por la ética del bien común y la justicia –y no por los intereses privados, o por el cálculo medio-fin de una minoría con poder- el capitalismo puede y debe ser reemplazado por maneras distintas de organización que den, por ejemplo, otro contenido y otra forma a la democracia. Enrique Dussel, Beatriz Stolowicz, Boaventura de Sousa y Heinz Dieterich son algunos de los autores que podríamos ubicar aquí. En lo que sigue, intentaré dejar en claro cuales son algunas de las características que identifican a la democracia burguesa, partiendo principalmente de un análisis de los argumentos esgrimidos por Robert Dahl uno de los "académicos" que han contribuido a forjarle. Ello lo realizaré recuperando algunos de los argumentos expuestos por el conjunto de autores arriba mencionados
LA DEMOCRACIA SEGÚN EL DISCURSO ACADÉMICO HEGEMÓNICO:
Hay que comenzar mencionando que Robert Dahl1 fue parte activa del debate que se generó durante el siglo XX entorno a la democracia, del cual, surgió el discurso y la práctica hegemónica sobre la misma que se cimienta en dos conclusiones complementarias: 1) abandonar el papel de la movilización social y la acción colectiva en la construcción democrática y 2) mantener una solución elitista de la democracia en la que se de una representación sin participación. Las democracias reales reafirmaron así su forma liberal, representativa, elitistas y eurocentrica2. Al igual que la mayoría de los autores, Dahl comienza definiendo la democracia como un principio procedimental, un método de toma de decisiones que de hecho prefiere llamar poliarquía o democracia política. Esto es sin duda correcto, pero se transforma en un argumento erróneo cuando no se aclara respecto de qué es que se tomarán las decisiones. La democracia aparece como un método para tomar elecciones, pero en abstracto, es decir, sin ocuparse por las relaciones que se guardan con los objetivos existentes: elegir esclavistas-administradores.
Desde el punto de vista del señor Dahl, el gobierno democrático se caracteriza por su continua aptitud para responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos, esta disposición del gobierno debe de ir acompañada de dos dimensiones de democratización: 1) la existencia de crítica y disenso público amplios y 2) una creciente participación e inclusión en la vida política. En otra palabras estamos hablando de una liberalización del régimen político y de un acceso a la representación. Desde la lógica de este autor, el régimen de un sistema político ya es democrático si existe respeto por parte del gobierno a las preferencias de la mayoría de los ciudadanos. Para que esto se de, propone siete garantías que permiten formular y manifestar las preferencias, y también, recibir -supuestamente- igualdad de trato por parte del gobierno en la ponderación de estas. Las garantías son: libertad de asociación, de expresión, de voto, de competencia electoral, diversidad de fuentes informativas, elegibilidad para la cosa pública, instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar las preferencias.
La conceptualización que hace Dahl sobre la democracia se nos aparece nítida y transparente; bajo cierta interpretación de estos argumentos, podrían calificarse de democráticos muchos sistemas políticos, México incluido. Pero, la transparencia de este discurso, no es sino mera apariencia que emana de una aproximación formalista, abstracta, a la cuestión democrática. En efecto, su disertación sobre la democracia se limita al plano formal, con lo que, por ejemplo, se ocultan las asimetrías de poder y el acceso diferencial que en lo concreto se generan en el despliegue de las mentadas garantías que esgrime. Se omite, también, que cuando la preferencia de las mayorías se refiere a la erradicación del capitalismo, el gobierno “democrático” actúa mostrando sin pudor sus diferencias políticas respecto de esa preferencia, que en última instancia no se desea cumplir, pues los gobernantes tienen intereses y preferencias propias, las cuales, van a defender frente a las preferencias que pongan las suyas en peligro. Así entonces, las garantías para la formulación y manifestación de las preferencias de las que nos habla Dahl tienen un límite tácito: Si la preferencia pone en riego el orden existente en su conjunto, entonces, desde la cúpula de poder económico-político se tratan de generar acciones que creen asimetrías en el acceso a las garantías democráticas. Por otro lado, surgen algunas preguntas ¿Qué pasa si las preferencias mayoritarias son ilegítimas, es decir anti-éticas ? ¿Y si se generan mediante alineación, es decir, mediante la constitución de sujetos que se comportan más bien como objetos?
En fin, la cuestión es que Dahl abona a la forma hegemónica de entender la democracia, la cual como señala Stolowicz, se concibe así misma tan solo como un método para administrar políticamente las relaciones existentes de poder, para conservarlas mediante la elección de representantes de entre una clase política elitista, que sobre la base de un acuerdo de conservar el orden social, toma las decisiones por la mayoría3. Al entender la democracia únicamente en términos procedimentales se niega, como señalan Dusssel y Dieterich4, lo que el primero llama principio material, es decir, el deber de los gobiernos de las comunidades políticas de producir, reproducir y aumentar de manera digna la vida de todos los miembros de la comunidad a la que se representa y en último término de la humanidad y la naturaleza en su conjunto. Este principio, simplemente es la antinomia del que rige actualmente, la lógica de la producción y reproducción de la modernidad capitalista: una lucha entre privados por la obtención de la mayor acumulación posible de capital, mediante la producción y venta de mercancías - que en su forma y contenido terminan por ser un reflejo fiel de esta lucha.
En resumen, la preocupación de la democracia burguesa es en realidad la de conservar, con ciertos grados de legitimidad, mecanismos de dominación que resguarden los privilegios capitalistas. Estamos así frente a la democracia gobernable, expresión político administrativa de la búsqueda de la estabilidad del sistema capitalista, de su dominación, explotación y alienación; un modelo de relaciones políticas que trata de controlar estallidos revueltas o revoluciones populares y a la par intenta mantener y resguardar los privilegios capitalistas. Por lo anterior, creemos que las crisis de gobernabilidad pueden ser de hecho el inicio para la construcción de otro tipo de democracia, y de sociedad en general -como en el caso de Venezuela y Bolivia-. Así pues, mediante una compleja regulación de las reivindicaciones y preferencias de los miembros de la comunidad política, en la que se atienden algunas, pero a la par se ignoran otras o incluso se reprimen, la democracia se convierte en uno de los principales elementos para generar y regenerar la dominación del statu quo: el capitalismo neoliberal. En conclusión, ésta noción de democracia, a la que hemos comenzado a criticar aquí, oculta detrás de una máscara formalista-abstracta su verdadero rostro: legitimación del orden social existente.
1 Todos los argumentos de Dahl que se exponen aquí fueron tomados de: Dahl, Robert, La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989, 13-26
2 El debate sobre la democracia al que me refiero, que va de Schmitt a Manin pasando por Scumpetter, Kelsen, Dahl, etc, es resumido brillantemente en: Boaventura de Souza, Democratizar la democracia, México, FCE, 35 – 69.
3 Todas las referencias a Stolowicz son tomadas de Revista venezolana de economía y ciencias sociales, 2001,vol.7 49-66.
4 De estos autores se consultó: Dieterich Heinz, Teoría y praxis del nuevo proyecto histórico, 105-133
y Dussel Enique, Política de la liberación , inédito, capitulo: El principio democrático
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