Ante la abrumadora perspectiva de transformación social, cabría plantearse cuáles pueden ser las aproximaciones que un pensamiento crítico revolucionario puede tener con respecto de esa transformación. Pero antes de avanzar en ese sentido, también vale la pena detenerse a mirar las falacías que se enmascaran de planteamientos críticos y renovadores.
Como he planteado con anterioridad, es fundamental comprender los preceptos que mueven cualquier enunciación sobre el mundo y sus problemas. Estos apuntes están fundados, por ejemplo, en la convicción de que el problema esencial de nuestras sociedades es un proceso totalizante llamado capitalismo. Precisamente, esta característica totalizadora del capitalismo demuestra claramente la perversidad de los planteamientos que dicen que el problema de la sociedad occidental es cultural, de perspectivas, ideológico, político o incluso moral.
Al respecto, aun desde el discurso de los máximos adalides del capitalismo (Friedman, Thurow, Greespan), se acepta que una de los requisitos para el éxito del capitalismo es la apertura de mercados. Es decir, no importan las características originarias de las sociedades del mundo, ni sus modos de producción; lo que se sostiene es que la apertura de mercados traerá bienestar a las sociedades. Otra de las convicciones de esos hombres es que la apertura de mercados traerá consigo la apertura democrática; en este punto también es evidente la cualidad totalizadora del capitalismo, ya que en todo caso se hace referencia a la democracia representativa, parlamentaria y pluripartidista, negando tácitamente otras formas de organización como la democracia participativa, comunitaria y popular.
En otros términos, los defensores del capitalismo, cuando enuncian que para lograr la transformación social deben respetarse las diferencias culturales, debe empoderarse a la sociedad, debe buscarse una renovación moral, se olvidan de las afirmaciones que hacen los propios orquestadores de las políticas financieras globales.
Cómo podrían respetarse las diferencias culturales de los pueblos, si para lograr la apertura económica de las sociedades deben establecerse relaciones de dependencia, subordinación, o incluso en términos del mercado, se establecen competencias desleales entre los capitalistas de los países industrializados y la burguesía de los países en desarrollo.
Cómo podría lograrse la renovación moral de una sociedad si las condiciones de vida son cada día más dificultosas, si la clase media se encuentra en permanente riesgo de proletarización, si la clase política de cualquier país está absolutamente corrompida y subordinada a los intereses de los grandes empresarios.
Siguiendo en este sentido, podemos, por ejemplo, abordar el tema del cambio climático desde la perspectiva de gente como Al Gore (exvicepresidente de EU), Nick Stern (exvicepresidente del Banco Mundial) o José María Figueres (expresidente de Costa Rica). Según el punto de vista de estos personajes, el asunto del calentamiento global es un problema en sí mismo -una externalidad económica, en palabras de Stern-, y no la consecuencia de un proceso civilizatorio depredador fundado en la reproducción y acumulación del capital, del dinero, de la propiedad de la tierra, a toda costa.
Y entonces, las propuestas que plantean están concebidas para evitar el cambio climático, o por lo menos, para retardar el calentamiento global, pero de ninguna manera tienen la remota intención de transformar el sistema mismo que lo ha originado, y que además ha generado enormes desigualdades sociales de generación en generación. Es decir, según ellos, lo que debe hacerse es aprovechar este asunto para generar nuevos mercados, nuevas fuentes de empleos, nuevos nichos de inversión, nuevas tecnologías que generen ganancia y nuevas políticas públicas para el cobro de impuestos por usar tecnologías contaminantes y que a la vez estimulen el uso de energías limpias.
José María Figueres llega al obsceno extremo de plantear esta “nueva revolución industrial”, este nuevo desarrollo sustentable, que continúe generando ganancias, como lo ética y moralmente correcto. No entiende que lo único que plantea es mantener las condiciones materiales que posibiliten la continuación del modo de producción capitalista. Y tampoco entiende que su ética y su moralidad no tienen como objetivo terminar con las clases sociales, con la desigualdad, con la subyugación de millones de vidas, no concibe si quiera la posibilidad de terminar con el sistema que cosifica la vida de la mayoría, reduciendo su existencia a la mera reproductibilidad, mientras que un exclusivo sector privilegiado goza de condiciones de vida lujosas, de un ocio exacerbado y sobre todo, de un poder inmenso para la toma de decisiones políticas y económicas que determinan el desarrollo de la sociedad.
Al Gore, por otra parte, también ha encabezado la lucha contra el cambio climático y poco a poco las verdaderas razones para esta lucha han quedado expuestas. El planteamiento es el mismo, hacer más negocios con un problema que los negocios de la industria han generado. Al Gore es dueño de un par de empresas dedicadas a la creación de equipo que hace más eficiente el uso de energía eléctrica, celdas solares y baños secos, además de ser asesor de google y apple en desarrollo de tecnología sustentable; este hombre también es el principal impulsor del mercado de carbono, que significa la privatización del aire, ya que plantea el intercambio de estímulos económicos por la conservaciones de bosques; en otras palabras, se plantea sobre todo dar incentivos económicos a empresas madereras para que talen menos, al mismo tiempo que se plantea la conservación de bosques a costa de expulsar a las pequeñas comunidades que ahí habitan y que generalemente son las menos responsables de la depredación de esos bosques.
Este ejercicio argumentativo, lo aplico a los ideólogos del capitalismo, pero pienso que debemos aplicar una crítica severa a nuestros propios juicios y a los de otros con los que convivimos. Debemos criticar las falacias del sistema para aplacar nuestro malestar pero también tenemos ante nosotros el deber de comunicar y convencer a otros, pero sobre todo utilizar nuestros argumentos para cohesionarnos y, en primer instancia, transformarnos y actuar localmente, en un pequeño ámbito -sí en una revolución cotidiana pero que tenga la perspectiva, paralela o futura, de volverse comunitaria-.
Es claro que el desarrollo de la ideología del capitalismo verde y bueno seguirá y será muy difícil incidir en él. Pero me parece importante desentrañar su mentira para plantearnos lo que sí podemos hacer. Creo que lo que positivamente podemos hacer es incertarnos en procesos colectivos que impliquen maneras distintas de pensar, de vivir y de producir. Es evidente que el conocimiento es fundamental para la transformación de la conciencia y el quehacer, pero me parece difícil que la insersión en procesos comunitarios se lleve a cabo a través de la sola posesión de información. Pienso que es más útil el conocimiento científicio y tecnológico como una herramienta que nos permita intercambiar trabajo por trabajo de manera directa y justa.
En un breve enunciado, me atrevo a asegurar que nuestra formación debe enforcarse en erradicar y evitar la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual en nosotros mismos. Que seamos capaces de insertarnos en procesos sociales no solamente a través de la teoría -sin soslayarla de ninguna manera-, pero también siendo capaces de aportar trabajo especializado para resolver problemas materiales concretos relacionados con las necesidades vitales nuestras y de otros.
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