viernes, 25 de febrero de 2011

Al grafitero desconocido I

Sobre el socialismo, el discurso, el convencimiento y el binomio individuo-colectividad


Hace unos días me encontré hablando con un individuo que me increpaba sobre las consecuencias prácticas que tenía mi discurso. En primera instancia, me emocioné al pensar que, por el tono del reto, me encontraba ante un agente revolucionario "profesional" como lo llamaría Lenin. No fue así. Me encontré sólo con la propuesta del cambio "armonioso" e individual.

Por un lado, el joven negaba la necesidad de un discurso combativo, coherente y revolucionario. No sólo negaba esa necesidad, sino que hasta la menospreciaba, considerando que "el discurso de los medios y los políticos" era equiparable a cualquier otro.

Su razonamiento lo llevaba a concluir que en lugar de generar cuerpos discursivos sólidos, había que actuar simple y llanamente. Y que en esas acciones estaríamos mostrando con el ejemplo, en lugar de convencer.

Según su concepción, en la sociedad actual, las relaciones sociales se dan por "convencimiento", y no por imposición. Es decir, las relaciones serían en este pensamiento, consensuadas, mutuamente acordadas. En otras palabras, hablamos español porque nos convencieron, adquirimos nuestros medios de subsistencia, repetimos y perpetuamos nuestros hábitos, comemos y vivimos como lo hacemos, en fin, porque nos convencieron de ello y nosotros lo aceptamos.

Siguiendo su razonamiento, nuestro personaje planteaba la cuestión de que, si todo el malestar cultural y las contradicciones sociales provenían del "convencimiento", entonces de lo que se trata no es de convencer, sino de mostrar. Y dado que no debemos convencer, no podemos intentar nada que esté más allá del individuo porque eso atentaría contra la libetad del otro, y nosotros mismos nos convertiríamos, como convencedores, en opresores.

A continuación, a modo de conclusión, el joven dijo que, aún cuando no pudiéramos atacar todas nuestras contradicciones como individuos, con tal de atacar una que otra, y si todos lo hiciéramos, entonces podríamos, social y mágicamente, lograr la armonía. Esto, porque si los demás miran a aquellos que se están transformando, querrán también transformarse, y el resultado automático tendría que ser la armonía universal.

Este muchacho, de cuyo nombre siento mucho no acordarme, me pedía que mirara, por ejemplo, a los olmecas, según él, "la gente que vive en armonía", "como ellos se llamaban a sí mismos". Los olmecas, pues, habrían conseguido construir toda su gran cultura, de manera armoniosa, en una sociedad donde no existían las jerarquías ni la opresión, ni los reyes ni los esclavos, y donde todos, por mutuo acuerdo, en armonía, ponían manos a la obra, para engrandecer su realidad y su legado a las futuras generaciones. Eso podría llamarse, humildemente, socialismo.


Ante tanta confusión quedé en escribir este texto y de intercambiar información "sin prejuicios" (o sea, probablemente me tendrán refiriéndome en el futuro, a textos sagrados o clarividentes de nuestra cultura madre).

Mientras tanto hablaré de cosas más importantes.


En primer lugar, habría que acordar que no vivimos en una sociedad fundada precisamente en el convencimiento.

Veamos, por ejemplo, el asunto de la lengua. No hablamos español porque nos hayan dado a elegir entre el alemán, el inglés, el francés y el español. Hablamos español porque somos una sociedad originada por la conquista violenta de un grupo social sobre otro, de los españoles que sometieron a través de la violencia, a lo largo de un territorio y en un periodo extenso de tiempo, a cientos de culturas originarias y diversas entre sí.

Por otra parte, en nuestra sociedad no existen innumerables maneras de organizarse, de producir, de desarrollarse. En términos materiales, existen muy pocas maneras. Esto ocurre porque se desarrollan luchas en ámbitos diversos, en lo político, en lo económico, en lo cultural, y dadas las características de nuestra sociedad, esas luchas resultan generalmente en el supresión de una forma por otra.

Hablemos, por ejemplo, de la manera en la que se produce la comida. Las personas no compran la comida en la tienda porque las convencieron de ello. La compran ahí porque hay una producción de alimentos que se acumula en unas cuantas empresas que compiten en términos desiguales con pequeños y medianos productores. A la vez, se apropian de las mejores tierras, inundan el mercado con sus productos, a precios contra los que los pequeños productores no pueden competir; además esas grandes empresas controlan también la distribución de los productos, ya sean propios o ajenos.

Entonces, cuando uno llega a una tienda, en realidad no está ante una gama innumerable de productos que intentan convencerlo de comprar tal o cual cosa. Se encuentra uno, más bien, frente a un modo específico de producción de comida. Del cual uno ni es responsable directo, ni fue convencido, ni siquiera fue consultado sobre su pertinencia o no. Es un sistema que se reproduce más allá de uno y frente al cual no hay opciones (por lo menos, de manera evidente e inmediata).

En todo caso, la sociedad se reproduce de maneras incoscientes. Los sistemas de injusticia se perpetúan a la vez que generan un cuerpo cultural que les da legitimidad, y los muestra como las opciones más racionales o realistas, cuando no como las únicas posibles. Pero dudo que eso pueda recibir el nombre de convencimiento, sería más correcto llamarlo engaño, sometimiento, domesticación, abuso, tal vez.

Si dos marcas compiten para lograr ganancia y tener la mayor cantidad de consumidores, el asunto no es pensar que están convenciendo a nadie de algo. Lo fundamental es preguntarse si realmente son dos opciones distintas las que se ofrecen, o son sólo dos máscaras distintas de un mismo fenómeno, el de producir ganancia a cualquier costo, al de la depredación, el empobrecimiento de los trabajadores, el empobrecimiento cultural de la sociedad en general.

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Como primer texto para intercambiar, si el grafitero desconocido llegara parar por aquí, propongo las Tesis sobre Feuerbach de K. Marx, donde el autor plantea propositivamente la contraposición del idealismo y del materialismo, y además dotando a éste último de una cualidad práctica, transformadora, social y colectiva.


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