Como espectadores – por fortuna lejanos, quizá no por mucho tiempo – de esta lucha contra el narcotráfico los ciudadanos de ciertos centros urbanos de México comenzamos a vivir una especia de psicosis proveniente de la sensación que al respecto generan en nosotros los medios de comunicación. Es noticia diaria el levantón de personas en Chihuahua, la ejecución de más de una decena en Durango, descabezados en Tamaulipas y el incremento de cuarenta a cincuenta mil muertos en cinco años de gobierno de Felipe Calderón.
Los monopolios televisivos aunque se aferren a su formato de basura televisiva, donde se muestra en horario estelar a payasos, nalgonas, chichonas y gente común y corriente que acude a la televisión por un pedazo de fama en el malestar insomne por alcanzar un sentido de vida y salir de la miseria en la que vive. Aun así la realidad, como siempre, está allí afuera, aunque para ciertos sectores de la población sea cada vez más difícil verla porque el miedo los mantiene en su casa, porque si no son sicarios, son militares o policías federales, que son lo mismo, quienes acosan sus poblaciones. Quedando entre el fuego cruzado miles de ciudadanos de diversa índoles, desde los comuneros de Cherán, pasando por los sectores marginales de las ciudades fronterizas, hasta llegar a las montañas de Chihuahua donde importantes grupos de tarahumaras se suman a los 120 mil desplazados de esta guerra que no quiere ser llamada por su nombre ni criticada en su estrategia.
Por ello el sentimiento de confusión y zozobra, porque no se alcanza a ver el fin, ni a comprender el principio de esta problemática: intereses personales, fortalecer a un cártel, negocios relacionados a la venta de armas, lavado de dinero en los más grandes e importantes bancos del mundo.
Las bolsas se desploman y roban los recursos naturales
Quienes se organizan para defender los recursos naturales son reprimidos primero en silencio por el estado paralelo dibujado en el crimen organizado, para después ser sofocados por el estado en su ya compartida tarea de monopolio de la violencia, dando así paso a las grandes mineras, petroleras, hidráulicas y banqueros a que hagan su trabajo en país de tranquilidad financiera.
Qué ingenuos hemos sido, si la mano del mercado y del imperio siempre ha estado allí dirigiéndolo todo. Construyendo al maniquí en turno, quien intenta hacernos creer que el problema es externo y hasta alza la voz para exigir (sic) que se pare el flujo de armas hacia el país. Y el vecino del norte que sabe construir dictadores y encontrarlos escondidos en coladeras o en la plácida comodidad de su casa, sabe a quién congelarle sus cuentas bancarias para hacerle una guerra más placentera y a quien dejarlas intactas para que la simulación de guerra continúe, dejando a su paso daños colaterales, sean cincuenta mil muertos o millones de dólares.
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