domingo, 15 de julio de 2012

Apuntes para la historia. Mi primera prisión. Ricardo Flores Magón

Escrito en la cárcel del Condado de Los Ángeles, California, el texto que el lector tiene en sus manos constituye el único testimonio de primera mano del movimiento estudiantil antirreleccionista de la primavera de 1892 en Ciudad de México con que se cuenta. Fue publicado en un pequeño periódico de corta vida, Libertad y Trabajo, “Semanario Liberal, Independiente” (mayo-junio,1908; Los Ángeles, California. Director Responsable: Fernando Palomares; Redactor en Jefe: José H. Olivares. Admón.: Blas Vázquez), mismo que pretendía dar continuidad al semanario Revolución, suprimido por agentes al servicio del dictador Porfirio Díaz en aquella ciudad californiana semanas atrás. Fuera de esa publicación, ha permanecido inédito hasta el día de hoy. La fecha de su escritura, 18 de mayo de 1908, es relevante: tres días atrás su autor, Ricardo Flores Magón, había redactado el manifiesto, suscrito por los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, a través del cual se convocaba al segundo intento insurreccional en contra de la dictadura porfiriana. A 120 años de los sucesos narrados, su lectura no deja de ser enriquecedora.
Jacinto Barrera Bassols
A la señorita Ethel Dolsen1
Algo extraño ocurría en la ciudad de México al comenzar la primavera de 1892. La gente se movía, se agitaba, como si con la entrada de la estación se hubiera desentumecido en caduco organismo de la sociedad mexicana. Vibraciones juveniles reanimaban la vieja ciudad. La sórdidas barriadas donde se pudre física y moralmente la gente pobre, ardían en una atmósfera de protesta. Las escuelas eran otros tantos clubs donde la juventud estudiosa hablaba de los Derechos del hombre, de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad. En los pasillos de los teatros, en los casinos, en las calles, en las plazas, en las cantinas, en las tiendas, en los tranvías se hablaba del Gobierno en tono rencoroso. Los ciudadanos lanzaban miradas torvas a los gendarmes. Los policías secretos eran designados a voces y perseguidos por la estruendosa befa de los estudiantes. A gritos se referían chascarrillos acerca de Porfirio Díaz y su mujer. Todo indicaba que la autoridad había perdido su prestigio.
Hacía dieciséis años que una revuelta mezquina había colocado a Porfirio Díaz al frente de los destinos de la nación mexicana, y desde entonces había gobernado sin interrupciones el país; aunque Manuel González había figurado como presidente en los años de 1881 a 1884, éste sólo fue un instrumento del siniestro Dictador. Díaz preparaba en 1892 su segunda reelección y los ciudadanos inteligentes se disponían a impedirla por el inocente ejercicio del civismo. A eso se debía el extraño aspecto de la ciudad de México al comenzar la primavera de ese año. Ya para entonces Díaz tenía en su pasivo cuentas enormes de duelo y sangre. Las cabezas que habían tenido la desgracia de descollar unas cuantas pulgadas sobre el nivel de degradación moral que con su espada había marcado el Dictador, habían caído por centenares, por miles en todo el país. Las frentes de los viandantes tropezaban en la noche con lo pies hediondos y helados de los colgados en los árboles de los caminos.
En los vericuetos, en las hondonadas, en los recodos fermentaba la carne de las víctimas del despotismo. Los “rurales” –esos cosacos de la Rusia mexicana– cruzaban el país en todas direcciones matando hasta la hierba, como la pezuña del caballo de Atila. La prensa de oposición había sido exterminada. Las oficinas de los periódicos habían sido invadidas por las fuerzas del gobierno y algunas de ellas, como la de El Republicano2 había sido teatro de espeluznantes hecatombes. En El Republicano habían sido destruidos los muebles, regado en el suelo el tipo de imprenta, quebradas las prensas y sacrificados los cajistas sobres esas ruinas.

La permanencia de Ricardo Flores Magón
en la cultura popular
Antes de la primavera de 1892 nadie hablaba. Los labios, mudos, se apretaban, para impedir que se escaparan las protestas que ya no cabían en los pechos. En las sombras aguzaban sus oídos los espías, y una frase, una palabra o una sílaba sospechosa de subversión, ameritaba la muerte y la tortura en las tinieblas de los calabozos. Silenciar el crimen, era una virtud; apologizarlo, era una virtud más alta que se premiaba generosamente. Los hombres de nivel moral más bajo, ocupaban en el Gobierno los puestos más altos. Los pechos más viles desaparecían bajo el brillo de las condecoraciones e insignias de todas clases. Para ser general, ministro, juez, gobernador y diputado, eran cualidades despreciables el valor, la pericia, el talento, la sabiduría, el carácter: lo indispensable era tener una esposa bella o en último caso, un espinazo de bambú.
Rotas a sablazos las alas de la fuerza moral, para subir era preciso arrastrarse. Las escuelas, regidas por reglamentos de cuartel, surtían a la patria de eunucos en lugar de ciudadanos. La presencia de un juez, o de un gendarme, se hizo más inquietante que el encuentro con un bandido. El turíbulo sustituyó a la pluma. La justicia quebró su espada y se cubrió con el manto de Mesalina. El Derecho era una incógnita irresoluble. Condensada la Jurisprudencia en el sable de Porfirio Díaz, los códigos fueron entregados a polilla en el polvo de las bibliotecas. La tiranía política debilitaba el carácter; la tiranía del hombre consumía los cuerpos. Si un hambriento robaba una mazorca de maíz se le fusilaba. Si un funcionario de vientre redondo se adjudicaba las rentas públicas, se le declaraba benemérito de un Estado cualquiera o de la Patria. El robo ratero se premiaba con la horca; el robo en grande escala se premiaba con medallas y cintajos.
Tal era la situación en aquella época; tal es la situación en nuestros días. Era, pues, extraña la agitación que se notaba en la ciudad de México al comenzar la primavera de 1892. En las calles se repartían volantes anunciando meetings de estudiantes y obreros para oponerse a la reelección de Porfirio Díaz3. Los tres o cuatro periódicos de oposición que habían logrado vivir, gracias a que adoptaron una actitud ambigua, animados por la excitación popular acentuaron en sus artículos un sabor marcadamente oposicionista. Ahogado en miedo, el rebaño humano se soñó realmente pueblo. Las personas que sabían leer se empaparon en los episodios de la Revolución Francesa. Se hizo de buen gusto adoptar modales de sansculotte4 y no pocos agregaban a su saludo la palabra “ciudadano”. Los rostros mustios de las masas apaleadas, ostentaban gestos audaces. Las frentes marchitas se rejuvenecían al soplo de un viento heroico. En los cuartos de los estudiantes se coreaba La Marsellesa, mientras en las plazas y en las calles se podía adivinar por las actitudes quien se soñaba Marat, quien Robespierre, quien Saint Just5.
Así se pasaron algunas semanas en una dulce embriaguez revolucionaria. Un civismo era lo que iba a oponerse a un Gobierno absoluto sostenido por cuarenta mil bayonetas. Manos armadas de boletas electorales pretendían disputar la victoria a las manos armadas de fusiles. Por todas partes se ensalzaba el civismo como una fuerza contra la cual son impotentes los cañones y los fusiles de los tiranos. Por ese estilo se soñaba con un candor verdaderamente infantil. Los clubs antireeleccionistas de obreros y estudiantes, se pensaban de ciudadanos ansiosos de escuchar el verbo de Mirabeau6 y Danton7 trasplantados a México. ¡Ah, si hubiera habido un Desmoulins8!
Los clubs organizaron una manifestación pública en contra de la reelección y se señaló la mañana del 16 de mayo para llevarla a cabo, siendo el lugar de ésta el Jardín de San Fernando. Desde temprano se vio invadida por la multitud la amplia plaza en cuyo ángulo se encuentra el panteón donde reposan los restos de Guerrero, de Zaragoza, de Juárez y otros hombres ilustres.

Ricardo Flores Magón fichado por la policía
La multitud hablaba alto; se sentía la necesidad de hablar alto después de tantos años de sepulcral silencio. El sol, el bello sol mexicano derrochaba su luz y calor; los rostros se volvían con frecuencia hacia el sitio donde duermen los héroes, como para arrancar una esperanza de vida donde reina la muerte. Una gran confianza y una gran fe henchían los pechos. Los estandartes de los gremios obreros y de las escuelas ilustraban el bello conjunto con sus colores fuertes y alegres. Abajo, se agitaban las cabezas de la muchedumbre acariciadas por un soplo épico. Arriba se balanceaban los penachos de los árboles al beso de la brisa de mayo.
La muchedumbre, puesta en orden, comenzó a desfilar. De los balcones llovían flores. Todo México entusiasmado asistía a presenciar la manifestación. Vivas a la libertad y mueras a la tiranía brotaban de todas las gargantas. Los estandartes brillaban al sol. Las bandas de música emocionaban a la multitud con sus acordes heroicos. En cada guardacantón, en cada carro, donde quiera que hubiera algo que pudiera servir de tribuna, se encontraba un orador, ora de levita, ora de blusa, atildados unos, broncos los otros como la tempestad.
El cielo azul ardía en la gloria de su sol de mayo. Más de quince mil personas formaban la enorme comitiva que se dirigió al barrio populoso de la Merced. A su regreso era un río humano de más de sesenta y cinco mil personas. Lo más enérgico, lo más viril de México desfilaba por las calles de la rejuvenecida ciudad afirmando sus ansias de libertad y de justicia. Acobardado el Dictador, no se atrevió a ametrallar a la multitud que no pensaba en las armas sino en los comicios. ¡Ah, si hubiera habido un Desmoulins!
Durante unas cuantas horas, los esclavos, ebrios de civismo, se creyeron libres; a las veinticuatro horas los esbirros del Gobierno se encargaban de demostrar que el inerme civismo es impotente para someter al despotismo armado. He aquí lo que sucedía.
El diecisiete de mayo fue señalado por los empleados del Gobierno para efectuar una manifestación a favor de la reelección. Con bastante anticipación delegados de la dictadura habían recorrido los pueblos del Distrito Federal, comprometiendo a los hacendados a enviar a sus peonadas a la Capital para que figurasen en la comitiva, porque no se podía contar con el pueblo de México, que decididamente se había afiliado a la oposición. Por la fuerza se llevó a los peones a la Capital, no se les dio de comer y desde muy temprano se les tuvo en pie sin un trago de agua, sin un pedazo de pan, custodiados por la policía para que no se desbandaran. Los que sepan algo de México recordarán que los obreros del campo –peones– son verdaderos esclavos. Pues bien, esos esclavos y los lacayos de Porfirio Díaz, eran los “ciudadanos” que “espontáneamente”–según rezaban los periódicos porfiristas– iban a manifestar su adhesión al Nerón de México. La Alameda fue el lugar elegido para reunir este triste rebaño. Comenzó el desfile, un verdadero desfile fúnebre. A la cabeza iban los empleados del gobierno; los seguía la peonada. Todos caminaban mirando al suelo como bestias cansadas sobre cuyos lomos restalla el sol su fusta de lumbre. Al verlos taciturnos y mudos, antojábase el desfile de unos ajusticiados al camino del cadalso. Así deben haber desfilado por las calles de Tenochtitlán, hacía el templo Huitzilopochtli, los vencidos por el iracundo Ahuizotl.

Ricardo y Enrique Flores Magón
La gente reía, en las aceras epigramas sangrientos taladraban los oídos y hacían sangrar el corazón de aquellos de los manifestantes que comprendían lo ridículo de la farsa. Algunos querían huir, marcharse a esconder su vergüenza y tal vez darle rienda suelta al llanto; pero ahí estaban los gendarmes para evitar las deserciones de los “espontáneos” manifestantes. Algún estudiante tuvo la feliz ocurrencia de comprar grandes cestos de pambazos –pan corriente– y una lluvia de pambazos, como una lluvia de ignominia, azotó los rostros, las espaldas y los pechos de los manifestantes en medio de las risotadas y de la chacota del público. De los balcones caían tortillas duras y desperdicios de cocina. Entonces, provocando universal estupefacción se vio a los peones encorvarse, recoger y llevar a la boca el pan sin comprender el escarnio, sin darse cuenta de la burla mortal que encerraba aquella lluvia alimenticia. ¡Los miserables tenían hambre y la saciaban!
Surgieron los oradores entre el público. Era aquella una indigna comedia que envileció la dignidad del hombre, y el público reprobó la conducta del Gobierno que forzaba a seres humanos embrutecidos por la ignorancia, el duro trabajar y la miseria, a figurar como manifestantes espontáneos en pro de la reelección. Las protestas contra el despotismo atronaban el espacio y una lluvia de esbirros cayó sobre los ciudadanos repartiendo golpes y palabrotas. Comenzaba yo a dirigir al pueblo un discurso de protesta contra la Dictadura cuando dos revólveres, empuñados por manos crispadas tocaron mi pecho con sus cañones, el gatillo levantado, pronto a caer al menor movimiento que yo hiciera, truncando salvajemente mi primer ensayo tribunicio. Rodeado de esbirros fui conducido a la azotea del Palacio Municipal donde encontré a una docena de camaradas de las escuelas que también habían sido detenidos. Tenía yo entonces diecisiete años de edad y cursaba el quinto año en la Escuela Nacional Preparatoria. Mis camaradas me informaron que también mi hermano Jesús había sido arrestado y llevado, como otros muchos a una de las Comisarías de Policía. El sol vaciaba lumbre sobre aquella azotea. Las sed nos producía fiebre; pero el malestar físico era ahogado por nuestro entusiasmo. Soñábamos, pensábamos en alta voz. No se nos ocultaba que podíamos ser fusilados como tantos otros; pero éramos jóvenes, éramos soñadores y el miedo no se atrevía a llamar a nuestros corazones con sus dedos fríos. Formidables policías de a caballo dejaron sus bestias en el patio del edificio y subieron a vigilarnos. Nos decían que en la noche nos “darían agua”. Los déspotas mexicanos, por un eufemismo cruel cuando decretan la muerte de alguien, dicen a los esbirros: “den su agua a ése”. El cielo, irreprochable, brillaba intensamente. La vieja y maciza Catedral proyectaba en la bóveda de añil sus regios contornos. A lo lejos el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl levantaban sus nieves al cielo, como para evitar que lo manchasen los crímenes de los hombres. Algo como el bramido del mar sacudió nuestros cuerpos haciendo volar nuestros sueños y alejarse como mariposillas blancas. Era el pueblo que rugía.
En aquella época éramos los estudiantes los ídolos del pueblo. Sin ponernos de acuerdo, todos tuvimos el mismo pensamiento: correr al borde de la azotea para ver lo que ocurría. El espectáculo era imponente. La extensa plaza era un mar humano. La noticia del arresto de los estudiantes y su probable muerte a las altas horas de la noche, conmovió a todos como una corriente eléctrica. El pueblo corría a salvarnos sin más armas que sus puños firmes, al descubierto el  pecho generoso. Rápidos como el rayo caían los sables sobre aquel mar de carne. La confusión era espantosa. La multitud, inerme se desbandó. Brazos musculosos nos arrastraron casi a un oscuro desván donde se nos amontonó como fardos de maíz. En la noche escuchamos otra vez el rugido del pueblo que llegaba apagado hasta nuestro encierro. La multitud dispersada por la mañana se había armado de cuchillo, de palos, de piedras y volvía en la noche para rescatarnos. Oímos el rodar de los cañones listos para ametrallar al pueblo. Las caballerías, sable en mano, recorrían a galope las barriadas levantiscas del cuartel de la ciudad donde estaban las escuelas. Se despejó de ciudadanos la Plaza de la Constitución y en sus salidas fueron colocadas piezas de artillería. El pueblo mataba a puñaladas a los gendarmes. Los soldados cargaban a la bayoneta o al sable sobre las multitudes dispersándolas; pero éstas se rehacían y otra vez la sangre de los oprimidos y de los agentes de los opresores rubricaba el asfalto de las calles.

Ricardo Flores Magón plasmado en un aula rural
No se nos “dio nuestra agua” esa noche. La protesta del pueblo nos había salvado haciendo comprender al Dictador que no se toleraría un atentado contra nosotros. En cambio, se nos martirizó. No se nos dio ni un sarape ni un petate y teníamos que satisfacer nuestras necesidades corporales en el mismo negro desván donde se nos amontonó. Al siguiente día, como a la una de la tarde fuimos sacados sigilosamente por una puerta no frecuentada, se nos hizo subir de dos en dos a unos carruajes cerrados que nos esperaban, y con las bocas de las armas puestas sobre nuestros pechos llegábamos a la prisión de Belén. Nunca había visto por dentro esa horrible cárcel que en años posteriores me fue tan familiar. Después de caminar por oscuros pasadizos y de subir y bajar mugrientas escaleras nos encontramos en un largo salón cuyo techo tocábamos con las manos. Triste luz crepuscular hacía más horrendo aquel antro fétido, húmedo, negro. Apoyé mis manos en la pared y las retiré asombrado: esputos sanguinolentos decoraban las paredes. Se nos había encerrado en el departamento donde se hacinan a los mendigos que infestan la ciudad. Había ahí leprosos, tísicos, sarnosos, cojos, mancos, tuertos, ciegos, sordos, mudos, paralíticos, llagados, sifilíticos, jorobados, idiotas, un espantoso depósito de carne enferma que chorreaba pus y mugre. Los tuberculosos tosían. Las moscas zumbaban. Un vapor espeso y fétido mareaba a los más fuertes. Los nervios se aflojaban en aquella antesala de la muerte. Cansada la vista de la presencia de una corcova, tropezaba con una llaga para no ver el rostro violáceo de un tísico; se le daba la espalda pero había que ver entonces la podredumbre de un sifilítico o los ojos purulentos de un ciego, o la torturante fisonomía de un idiota. La carne fermentaba a nuestra vista, se disgregaba, se convertía en agua sanguinolenta. Se pudría antes de llegar al cementerio y en vida todavía de sus dueños. Yo envidiaba a los ciegos, siquiera no veían tanta miseria. Un ambiente de sepulcro envenenaba la sangre. Los alacranes chirriaban en las resquebrajaduras del techo. Nadie hablaba; las arañas repasaban sus viviendas en los rincones, mientras las manos de los hombres rascaban su sarna o perseguían entre sus hilachos las pulgas, los piojos y las chinches, que por millonadas se nutrían de aquellas carnes. En la noche se nos condujo al departamento de detenidos. Era pesada la atmósfera también ahí, pero siquiera se libraron nuestros ojos del espectáculo de la carroña viviente. Nuestros cuerpos desfallecían de hambre. No habíamos comido porque nadie nos ofreció un pedazo de pan y los carceleros habían rechazado las comidas que nos enviaron nuestras madres. En unos petates nos tiramos a descansar; más de ochocientos hombres roncaban o tosían en la estrecha galera. El calor era insoportable. Los piojos, las chinches y las pulgas martirizaban nuestras carnes. No dormíamos. Se nos había dicho que los presidiarios hacían víctimas a los jóvenes de asquerosas obscenidades y esperábamos de un momento a otro tener que luchar. Afortunadamente aquellos hombres se enteraron de que éramos estudiantes y en lugar de perjudicarnos nos trataron como a hijos. Antes de las cinco de la mañana, los gruesos bastones de los capataces despertaron a la gente, golpeando con fuerza el pavimento cerca de la cabeza de los presos. Los ojos pitañosos con dificultad podían distinguir algo en aquellas sombras apenas disimuladas por una candileja que parpadeaba en el centro de la estancia. Los presos escupían el suelo y se alineaban. Algunos murciélagos entrados por la noche buscaban torpemente la salida trazando en el aire figuras caprichosas. Comenzó a clarear el día y pudimos vernos bien los rostros, lívidos por el hambre y dos noches sin dormir. Supimos que había más de sesenta presos políticos en diferentes departamentos de la cárcel y varios centenares en las Comisarías; supimos también que durante la noche había habido tumultos en varios barrios de la Capital. Muchos obreros habían sido consignados al Ejército. Así terminaron aquellas jornadas que pudieron ser el principio de un movimiento revolucionario; pero que en realidad fue el postrer sacudimiento de un cuerpo que se entrega al reposo.
Muy pronto un movimiento mejor orientado sacudirá ese cuerpo que parece muerto, más ya no serán manos vacías las que disputen la victoria a los puños armados de la Dictadura. Los sables de los cosacos ya no caerán impunemente sobre las cabezas de los ciudadanos. Las descargas de los soldados del zar serán contestadas por los rifles de los soldados del pueblo. El pueblo sabe bien ahora que a la violencia hay que someterla con  la violencia.
Cárcel del Condado, mayo 18 de 1908
NOTAS:
1 Ethel Mowbray Dolsen. Periodista estadunidense. Hacia septiembre de 1907 publicó en The San Francisco Call un artículo a favor de “la labor de Flores Magón y camarilla”, cuya traducción fue publicada en el número 16 del 5 de octubre de 1907 de Revolución. A fines de ese año se trasladó a Los Ángeles, donde se vinculó al grupo de socialistas simpatizantes de la JOPLM, compuesto por John y Ethel Turner, P.D. y Frances Noel, John Murray, James Roche y Job Harriman. En mayo de 1908 visitó a Flores Magón en la cárcel del condado donde se encontraba recluido. Otros de sus artículos sobre la situación en México aparecieron en el periódico socialista angelino The People’s Paper. El 15 de octubre de 1910 publicó en Regeneración el artículo “An Anti-Mexican Intervention League ought to be organized in this Country,” Liga de la cual fue iniciadora. En marzo de 1911, escribió y puso en escena su obra Across the Border, con la Advance Drama Company.
2 Posible referencia a El Republicano. “Periódico de política, literatura, comercio, industria, variedades y avisos” (México, DF, 1879, dir. José Negrete). Diario de filiación lerdista que emprendió una campaña para denunciar la cruenta represión del gobierno contra los lerdistas veracruzanos.
3 Dos organizaciones, el Comité de Estudiantes Antirreeleccionistas y el Club Liberal Soberanía Popular, se fusionaron el 1 de mayo de 1892 y formaron el Comité Antirreleccionista de Estudiantes y Obreros. Su primer acto público fue una asamblea de estudiantes y obreros antirreleccionistas que devino en una manifestación que terminó en la Plazuela del Carmen (hoy Plaza del Estudiante) donde se rindió tributo a Miguel Hidalgo en su aniversario. A esa manifestación siguieron, quince días después, las jornadas de protesta antirreleccionista a las que hace referencia este artículo.
4 Sansculotte (literalmente, sin calzones). Sobrenombre que identificaba a los miembros del ala más radical y popular de la Revolución Francesa.
5 Louise Antoine de Saint Just (1767-1794). Revolucionario, militar y orador francés. Miembro del Comité de Salud Pública. Cercano y leal a Robespierre, dirigió eficazmente campañas militares durante el “Terror.” Fue ejecutado junto a aquél.
6 Honoré Riqueti, conde de Mirabeau (1749-1791). Escritor, orador y revolucionario francés. Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (1789). Escribió la primera versión de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.
7 Georges Jacques Danton (1759-1794). Abogado, orador y revolucionario francés cercano a Marat y Desmoulins. Defensor de las reivindicaciones de los sansculottes. En 1790 presidió el club radical de los Cordeleros. Durante la Convención (1792), fue secretario de Justicia y líder principal. Promovió la formación del Comité de Salud Pública (1793), del cual fue primer presidente. Su destitución marca el comienzo de la época del “Terror,” en la que fue guillotinado junto con Desmoulins.
8 Camille Desmoulins (1760-1794). Abogado, periodista, escritor y revolucionario francés. Secretario de Mirabeau (1789). Miembro del club radical de los Cordeleros (1791). Miembro de la Convención Nacional. Cercano a Danton, criticó el “Terror” de Robespierre a partir del tercer número de su Le Vieux Cordelier (1793), donde escribió: “¿Qué es lo que diferencia a la República de la Monarquía? Una cosa: la libertad de hablar y escribir.” Murió guillotinado.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/07/15/sem-flores.html

viernes, 8 de junio de 2012

Acerca de las elecciones venideras, reflexiones sobre democracia, medios de comunicación y redes sociales

Resulta un tanto difícil guardar silencio ante los acontecimientos político-electorales de estos días, principalmente pensando en el la importancia que esta elección tiene para el país, pero sobre todo por la estrategia que se está utilizando desde los medios de comunicación y algunas casas encuestadoras para generar consenso entre la sociedad, principalmente en torno a dos temas: es eminente el regreso del régimen corrupto y represor del PRI y dos, no a la alternancia democrática fuera de la derecha o si fuera el caso, fuera del neoliberalismo. 

Consenso, medios de comunicación y encuestas
Desde hace años los medios de comunicación se han alzado como los constructores de la mal llamada opinión pública, esa matriz de pensamiento que no es más que el reflejo de los intereses de la clase dominante, de los grupos en el poder y que por diversos medios hacen pasar como perteneciente al resto de la sociedad. Resulta por demás necesario salir de los canales de análisis del pensamiento liberal para comprender lo que acontece en nuestro país, ya que este pregona la libertad como su principal valor pero no lo ejerce, conjuntamente de que castiga el disenso. Ser distinto no está bien visto por la sociedad y en ese algo distinto han cabido diferentes denominaciones, desde verse en apariencia diferente, tener una orientación distinta al de la media hasta llegar al grado actual, en donde pensar diferente no es aprobado, en resumidas cuentas ser de izquierda no está de moda.   

Así los instrumentos para crear consenso entre las sociedades nos indican parámetros de acción, lo que está permitido o no dentro de un sistema, las formas de represión para dichas expresiones son variadas van, como ya se mencionó, desde una mirada de desaprobación, lo que se convierte en rechazo social, hasta un sanción administrativa y judicial. El espectro de acción del consenso es amplio y contempla varias posibilidades. Con lo anterior estamos hablando si se quiere así interpretar de un consenso comportamental, pero el que nos interesa, y paso previo a este, es el acuerdo intelectual. Éste no entendido como el quehacer de ciertos pensadores “iluminados”, sino como actividad propia de cada ser humano para crearse una idea de su contexto y realidad. 

Aquí la corriente liberal dirá que todos somos libres de pensar lo que se nos venga en gana, que la gran mayoría de las sociedades y las constituciones que las respaldan, no sólo respeta, sino que hasta en algunos casos promueven la libertad de pensamiento y credo, a nadie se le puede imponer una forma de pensar, ese fue uno de sus principales ataques al socialismo del siglo pasado, la imposición de una única forma de pensar.
Entonces ¿cómo nos atrevemos a decir que en el reino de la libertad, las libertades están coartadas? Entran aquí los instrumentos de consolidación de consenso, que siguiendo a Gramsci son múltiples y variados; van desde los extremos violentos como el ejército y la política, pero atraviesan varios puntos inimaginables o inaceptables para el grupo en el poder, por ejemplo la educación, las ya mencionadas leyes que sustentan un sistema y hasta los patrimonios nacionales como museos y arquitectura. 

Cómo ver eso en la hasta hace poco plácida y tranquila elección presidencial en México, primero la descalificación constante a la izquierda en todos los medios, en el espectro radio eléctrico nacional son contadas las emisiones y publicaciones que se salen de la línea política, por el contrario podemos observar que es casi un requisito para acceder a un canal de televisión o poner en circulación un diario, el estar alineado con el sistema, los ejemplos más visibles son Cadena tres o el periódico dirigido por el chileno Pablo Hiriart, La Razón.
Hasta hace poco no había medios realmente independientes, medios que no le hagan el juego al sistema en turno o al partido de su predilección, propensión en la cual lo ideológico es lo de menos, claro debe haber coherencia, pero lo que interesa es el intercambio de favores y dinero. 

A la insipiente educación que se oferta en el país, la cual es poco crítica, se le suman los medios de comunicación, tenemos entonces dos de los tres principales medios de socialización del sistema político funcionando en favor de las clases dominantes.
Para rematar con el consenso, en especial en esta época han surgido las encuestas, esos instrumentos que miden la deformada opinión pública y la intención de voto. Estos instrumentos se suman, porque si bien al ciudadano se le mantiene en un estado de adormecimiento, por medio de una educación de mala calidad, que no sólo no invita a pensar sino que oculta deliberadamente contenidos, y por medio de los medios de in-formación, la ingenuidad no es tan grande como para no ver que existen contradicciones en el seno de la sociedad; personas que se benefician de los recursos del país, que existen personas y empresas que no pagan impuestos, que la clase política tiene salarios que nunca bajan de los cien mil pesos al mes, cuando el insultante salario mínimo sube dos pesos por año. La gente como se suele decir, no se la cala. Entonces entran otros medios de creación de consenso, en este caso las encuestas ¿pero qué tienen las encuestas que no tengan los sesudos (sic) comentaristas de los medios de in-formación? Lo que tienen es que están más cercanas al campo de la certeza, al campo de la ciencia, en última instancia al campo de la verdad (sic). Así la idea que venden los propios esquiroles de la radio, la prensa y la televisión –y claro no todos, porque existen algunos que sí se consideran poseedores de la verdad- es, a mí me puedes impugnar, porque en última instancia es la opinión que tengo y externo como periodista, pero cómo le refutas a la estadística, esa disciplina que desconoces y no entiendes. 

Los instrumentos de consenso deben especializarse cada vez más, si en algún momento el orden inamovible de las cosas lo dio la religión, después los medios de comunicación y las leyes que son favorables a un sistema, ahora y desde hace tiempo cierta parcela de la ciencia social cumple dicha función, crear certeza, crear consenso. 

Disenso, las redes sociales
Si algo ha caracterizado esta campaña es el contrapeso que han hecho dos actores que caminan de la mano, las redes sociales y los llamados jóvenes del movimiento #Yo soy 132, digo llamados jóvenes porque una vez que salieron a la palestra denunciado el favoritismo de las televisoras hacia el candidato del PRI, se ha sumado a este movimiento un amplio espectro de la sociedad, como lo deja ver en efecto las fotografías que aparecen en Facebook y otros sitios de internet, donde madres y padres de universitarios, adultos mayores, herreros, periodistas y un sinfín de personas en México y el extranjero se han sumado a este movimiento que en efecto ha visto que no se trata de desenmascarar al personal en turno, sino de ir al fondo de las cosas, en este caso los medios que privilegian candidatos, ocultan corruptelas, apagan conciencia, crean consenso, realizan juicios para los actores sociales y políticos.

Las redes sociales se han mostrado en este sentido como un contrapeso a los medios de in-formación, mostrando de manera abierta y sin censura las relaciones existentes entre partidos políticos y grupos de poder. Estamos frente a una “casi verdadera opinión pública” y no lo es del todo por el sector reducido que participa en ella. El acceso a internet en México es de unos 40 millones de usuarios, lo que representa apenas la cuarta parte de la población nacional. Además de que quienes tienen acceso a ella comparten ciertas condiciones socio-cultural-económicas.

Pero si algo debe resaltarse de este ejercicio es el ingenio con el cual se han mostrado los lazos de complicidad entre los diversos grupos de poder del país, se alteran propagandas oficiales de los distintos partidos políticos, en especial del PRI, para darle un doble y quizá verdadero sentido al mensaje. Se han armado también comparaciones entre los candidatos y sus “amistades” y colaboradores, siendo una de las más impactantes aquellas que muestran los proyectos educativos, comparando al ex rector de la UNAM con la lideresa vitalicia del SNTE. 

            “Ahora las noticias las damos nosotros” 
Las redes sociales y el movimiento estudiantil se han alzado con la bandera de la información, se han mostrado, como lo ostenta una pancarta como agentes de la información, creando disenso con la hasta hace poco incuestionable información oficial, la cual manipulaba imágenes y encabezados a su antojo, como quedó de manifiesto el día en que el candidato Enrique Peña Nieto visitó la Universidad Iberoamericana y salió abucheado por sus estudiantes. Al día siguiente, en una muestra de descaro los medios calificaron como un éxito la visita del priísta a la universidad de orientación jesuita y no obstante lo anterior descalificaron a los manifestante argumentando que eran –la clásica- porros y acarreados.
Con lo cual se deja entrever que si se materializa el triunfo del candidato del PRI se avecina una ola de lo que desde la psicología social latinoamericana ha sido llamado un régimen de “mentira institucionalizada” donde toda versión alterna a la oficial es descalificada, censurada y en última instancia perseguida y repreimida, por atentar contra el orden establecido.
Otro aspecto relevante de las redes sociales, muy a pesar de que estén infiltradas por bots; personas que se dedican a postear o tuittear como usuarios comunes, cuando en realidad o están pagados por un partido o candidato o son simplemente son cuentas fantasmas, automatizadas que emiten comentarios a favor o en contra de determinado candidato. Pese a esto las personas reales que están(mos) detrás de ese mundo virtual, nutren las redes de información en tiempo real, haciendo uso de diversas fuentes, lo que convierte a los espacios como Facebook y Twitter no sólo en grandes contenedores de información, sino en espacios de debate. Existe entonces en estos medios, comunicación y no sólo emisores y receptores.
Son entonces las redes sociales las que dan la información, porque por muchos esfuerzos que hagan los portales de los periódicos en su versión en línea, aquí la información se actualiza segundo a segundo, además de que convergen diversas corrientes de opinión. Están las notas que se postean de otras páginas, pero también los comentarios que los usuarios –aquí sí usuarios- emiten sobre esas notas u otros acontecimientos. 

La alternancia en “democracia” 
México nunca ha gozado de una democracia sana, sin entrar en discusiones acerca de lo que debe ser este sistema de gobierno, se puede afirma que los mexicanos no la conocemos. Primero por las décadas de autoritarismo y represión que se vivieron bajo los regímenes del partido que ahora intenta regresar, modelo de democracia cuando en América latina se vivían tiempos de dictadura, tan así que ha sido llamada dictablanda, pues si bien los militares no estaban al frente del gobierno, las libertades estaban totalmente coartadas y casi como ahora sólo existía una versión (oficial) de los hechos, los disidentes eran perseguidos, desaparecidos y asesinados. A eso se le llamaba democracia, hasta que la palabra se desgastó, vino una crisis del sistema de representación, el cual no podía soportar más muertos votantes, más carros completos o ratones locos, todas frases para referirse a las múltiples maneras de hacer fraude electoral y mantener al régimen priísta en el gobierno. Cuando estas formas no fueron suficientes, quema y desaparición de urnas, se recurrió a otra forma fraudulenta, la caída del sistema; en 1988 se le cerró el paso a la izquierda en México. Desde entonces se ha venido conformado un sistema bipartidista que simula la alternancia, lo hizo en el 2000 y pretende hacerlo ahora en 2012, en este alternancia simulada no hay especio nuevamente para el disenso, la democracia que se ha construido y se avala en todo el mundo occidental es así, no hay espacio para una alternancia real, lo que significa un cambio de modelo económico y político, eso para ellos no es democracia, democracia es escoger siempre dentro del abanico de la estabilidad política, democrático no es alegarse del sistema que favorece a las élites y empobrece al resto de la sociedad. Para ellos democracia no es votar por la izquierda. 




jueves, 3 de mayo de 2012

Autonomía e independencia social. Maduración de la democracia mexicana


El que hacer político siempre ha sido algo de difícil definición. La división más simple se ha planteado entre el accionar político institucionalizado y el no institucionalizado. En esta separación se presupone una jerarquización, donde el primer tipo de acción política es válida y valiosa, mientras que el segundo merece descalificación y descrédito. Esta visión evidentemente es establecida por los primeros, quienes arguyen que hacer política es cosa difícil, por lo cual debe de estar en manos de expertos.
La política en definitiva –la no institucional, la verdadera política- ha ganado en los últimos años terreno, ha marcada la pauta y exigido que se tomen en cuenta voces  apagadas. Cansados varios sectores de ver que aquello que llaman política no es más que un teatro para administrar inequitativamente las riquezas de un conjunto nacional, han buscado establecer o regresar a formas de autogobierno.
Pero no es el interés central de este breve comentario hablar de las autonomías que proliferan en el mundo. Sino comentar los visos de autonomía e independencia que al interior de la política institucionalizada surgen. Por autonomía e independencia se entiende no sujeción a poder, institución, nación o persona ajena al conjunto que pretende determinarse, esto es, las decisiones se toman al interior del grupo y persiguiendo exclusivamente los intereses del mismo.
Así en plena –parca- campaña presidencial, la ciudadanía, no entendida bajo el esquema liberal que desdibuja diferencias políticas, económicas y sociales bajo dicha categoría, reclama su participación en el proceso.  Intervención derivada de la exclusión del sistema político nacional y de la desconfianza en el mismo.
A este respecto han aparecido un par de iniciativas ciudadanas, que muestran lo que verdaderamente tiene de madura la democracia liberal actual; la idea emanada al calor de la celebración del día del trabajo (sic) de conformar un IFE autónomo, más no ciudadano, pues el actual se autoproclama como tal, cuando en realidad no es más que un custodio de las cuotas partidistas, es un claro ejemplo de dicha consolidación democrática.
Parece entonces que algunos sectores de la sociedad han reciclado las experiencias de 1988 y más recientemente la de 2006, donde el escrutador oficial de los sufragios arremetió en contra de la voluntad popular[1].
En un segundo momento tenemos los sondeos de opinión y encuestas independientes[2]. Las que también desconfiadas de la labor de los profesionales de la opinión pública y la medición de intensión de voto, salen a la calle a obtener su propia fotografía de ese supuesto momento mágico que dice “si el día de hoy fueran las elecciones, usted por quién votaría”. No es casualidad, aunque sí motivo de mayor investigación, el hecho de que en estas encuestas independientes lo punteros se colocan exactamente al revés de como lo muestran periódicos y televisoras día con día.
Dos iniciativas, que como ya mencioné, reflejan el grado de maduración de la democracia mexicana, nivel que no se mide con la alternancia inducida por los medios de comunicación, ni con el disfraz de la libertad de expresión, paladín exclusivo del pensamiento liberal.


[1] Véase: En México, trabajadores piden voto de castigo para quienes los empobrecieron. En http://www.jornada.unam.mx/2012/05/02/politica/002n1pol especialmente la pequeña referencia que se hace al “IFE alterno”
[2] Véase: Víctor M. Toledo. Enigma electoral: el misterio de las encuestas que se bifurcan. En http://www.jornada.unam.mx/2012/04/10/opinion/016a2pol