El que
hacer político siempre ha sido algo de difícil definición. La división más
simple se ha planteado entre el accionar político institucionalizado y el no
institucionalizado. En esta separación se presupone una jerarquización, donde
el primer tipo de acción política es válida y valiosa, mientras que el segundo
merece descalificación y descrédito. Esta visión evidentemente es establecida
por los primeros, quienes arguyen que hacer política es cosa difícil, por lo
cual debe de estar en manos de expertos.
La política
en definitiva –la no institucional, la verdadera política- ha ganado en los
últimos años terreno, ha marcada la pauta y exigido que se tomen en cuenta
voces apagadas. Cansados varios sectores
de ver que aquello que llaman política no es más que un teatro para administrar
inequitativamente las riquezas de un conjunto nacional, han buscado establecer
o regresar a formas de autogobierno.
Pero no es
el interés central de este breve comentario hablar de las autonomías que
proliferan en el mundo. Sino comentar los visos de autonomía e independencia
que al interior de la política institucionalizada surgen. Por autonomía e
independencia se entiende no sujeción a poder, institución, nación o persona
ajena al conjunto que pretende determinarse, esto es, las decisiones se toman
al interior del grupo y persiguiendo exclusivamente los intereses del mismo.
Así en
plena –parca- campaña presidencial, la ciudadanía, no entendida bajo el esquema
liberal que desdibuja diferencias políticas, económicas y sociales bajo dicha
categoría, reclama su participación en el proceso. Intervención derivada de la exclusión del
sistema político nacional y de la desconfianza en el mismo.
A este
respecto han aparecido un par de iniciativas ciudadanas, que muestran lo que verdaderamente tiene de madura la
democracia liberal actual; la idea emanada al calor de la celebración del día
del trabajo (sic) de conformar un IFE autónomo, más no ciudadano, pues el
actual se autoproclama como tal, cuando en realidad no es más que un custodio de
las cuotas partidistas, es un claro ejemplo de dicha consolidación democrática.
Parece entonces
que algunos sectores de la sociedad han reciclado las experiencias de 1988 y
más recientemente la de 2006, donde el escrutador oficial de los sufragios
arremetió en contra de la voluntad popular[1].
En un
segundo momento tenemos los sondeos de opinión y encuestas independientes[2]. Las
que también desconfiadas de la labor de los profesionales de la opinión pública
y la medición de intensión de voto, salen a la calle a obtener su propia
fotografía de ese supuesto momento mágico que dice “si el día de hoy fueran las
elecciones, usted por quién votaría”. No es casualidad, aunque sí motivo de
mayor investigación, el hecho de que en estas encuestas independientes lo
punteros se colocan exactamente al revés de como lo muestran periódicos y
televisoras día con día.
Dos iniciativas,
que como ya mencioné, reflejan el grado de maduración de la democracia
mexicana, nivel que no se mide con la alternancia inducida por los medios de
comunicación, ni con el disfraz de la libertad de expresión, paladín exclusivo
del pensamiento liberal.
[1]
Véase: En México, trabajadores piden voto de castigo para quienes los
empobrecieron. En http://www.jornada.unam.mx/2012/05/02/politica/002n1pol
especialmente la pequeña referencia que se hace al “IFE alterno”
[2]
Véase: Víctor M. Toledo. Enigma electoral: el misterio de las encuestas que se
bifurcan. En http://www.jornada.unam.mx/2012/04/10/opinion/016a2pol
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