jueves, 3 de mayo de 2012

Autonomía e independencia social. Maduración de la democracia mexicana


El que hacer político siempre ha sido algo de difícil definición. La división más simple se ha planteado entre el accionar político institucionalizado y el no institucionalizado. En esta separación se presupone una jerarquización, donde el primer tipo de acción política es válida y valiosa, mientras que el segundo merece descalificación y descrédito. Esta visión evidentemente es establecida por los primeros, quienes arguyen que hacer política es cosa difícil, por lo cual debe de estar en manos de expertos.
La política en definitiva –la no institucional, la verdadera política- ha ganado en los últimos años terreno, ha marcada la pauta y exigido que se tomen en cuenta voces  apagadas. Cansados varios sectores de ver que aquello que llaman política no es más que un teatro para administrar inequitativamente las riquezas de un conjunto nacional, han buscado establecer o regresar a formas de autogobierno.
Pero no es el interés central de este breve comentario hablar de las autonomías que proliferan en el mundo. Sino comentar los visos de autonomía e independencia que al interior de la política institucionalizada surgen. Por autonomía e independencia se entiende no sujeción a poder, institución, nación o persona ajena al conjunto que pretende determinarse, esto es, las decisiones se toman al interior del grupo y persiguiendo exclusivamente los intereses del mismo.
Así en plena –parca- campaña presidencial, la ciudadanía, no entendida bajo el esquema liberal que desdibuja diferencias políticas, económicas y sociales bajo dicha categoría, reclama su participación en el proceso.  Intervención derivada de la exclusión del sistema político nacional y de la desconfianza en el mismo.
A este respecto han aparecido un par de iniciativas ciudadanas, que muestran lo que verdaderamente tiene de madura la democracia liberal actual; la idea emanada al calor de la celebración del día del trabajo (sic) de conformar un IFE autónomo, más no ciudadano, pues el actual se autoproclama como tal, cuando en realidad no es más que un custodio de las cuotas partidistas, es un claro ejemplo de dicha consolidación democrática.
Parece entonces que algunos sectores de la sociedad han reciclado las experiencias de 1988 y más recientemente la de 2006, donde el escrutador oficial de los sufragios arremetió en contra de la voluntad popular[1].
En un segundo momento tenemos los sondeos de opinión y encuestas independientes[2]. Las que también desconfiadas de la labor de los profesionales de la opinión pública y la medición de intensión de voto, salen a la calle a obtener su propia fotografía de ese supuesto momento mágico que dice “si el día de hoy fueran las elecciones, usted por quién votaría”. No es casualidad, aunque sí motivo de mayor investigación, el hecho de que en estas encuestas independientes lo punteros se colocan exactamente al revés de como lo muestran periódicos y televisoras día con día.
Dos iniciativas, que como ya mencioné, reflejan el grado de maduración de la democracia mexicana, nivel que no se mide con la alternancia inducida por los medios de comunicación, ni con el disfraz de la libertad de expresión, paladín exclusivo del pensamiento liberal.


[1] Véase: En México, trabajadores piden voto de castigo para quienes los empobrecieron. En http://www.jornada.unam.mx/2012/05/02/politica/002n1pol especialmente la pequeña referencia que se hace al “IFE alterno”
[2] Véase: Víctor M. Toledo. Enigma electoral: el misterio de las encuestas que se bifurcan. En http://www.jornada.unam.mx/2012/04/10/opinion/016a2pol

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