La plancha estaba cubierta de gente de muy diverso origen y con muy distintas perspectivas. Cada una en su propio sitio. Frente al pequeño y colorido templete que hacía a su vez frente al Palacio Nacional, estaban quienes reivindicaban enérgicos su “honor de estar cono Obrador”, y quienes daban por tanto “la espalda al poder espurio”.
Frente a los “porros” con corte militar (o a los militares vestidos de lo que llaman y entienden por “civil”) que resguardaban el Palacio Nacional, estaba la vanguardia del cenedismo, acompañada o más bien nutrida por los curiosos, prendidos e indignados ciudadanos, que ante su desarticulación, sólo alcanzaban a secundar los coros que gritaban también: “Obrador, Obrador, Obrador”, pero que en su mayoría fueron al zócalo buscando enfrentarse con el poder.
Finalmente, sin advertir su posición intermedia, se encontraban quienes en posición más bien familiar, de compadrazgo o incluso de conquista sólo buscaban el mejor espectáculo, el templete más armónico y la fiesta más amena.
Y claro, como allá el ambiente era hostil, ensordecedor, oscuro, tumultuoso… mientras que acá era alegre, colorido, melódico… la mayoría terminó por dar la espalda al poder.
Pero así fue solo hasta las 9:45 pm, cuando Banda Machos paró de tocar en el otro extremo y la senadora perredista Ibarra de Piedra -omitiendo sin querer al cura Hidalgo- dio el “grito de los libres (y volteados) y después del Himno Nacional, convocó a todos los presentes a una votación masiva. Votaron en su gran mayoría, los de enfrente, y votaron casi todos, porque ya era suficiente.
Así fue como comenzaron ingenuamente a “vaciar el Zócalo”, gritando victoriosos por la calle 16 de septiembre; mientras, por Madero, entraban numerosos contingentes que se sumaron cómodamente al único templete que quedó en funciones, donde se coreaba ya contra: “aquellos que siempre critican, para aquellos hacen la guerra, para aquellos que nos contaminan, para aquellos que viven pecando…” a ritmo de Celia Cruz.
A las 11 en punto sin nadie verlo realmente, se oyó la voz y las campanas que simulaban lo que ha 197 años no sucede, en un Zócalo repleto, colmado de la vulgar alegría que infringen al tiempo, fuegos artificiales, spray de espuma y la canción hurtada por Corona para recordar a todos lo que es ser mexicanos.
Hasta pasado ese momento se podría decir que el Zócalo se vació. Pero a él le siguieron los contingentes de escobas y recogedores que debían limpiar, para el desfile militar del día siguiente, el cochinero que se había acordado entre cada templete desde el día anterior.
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