I
La contradicción social está más allá individuo y por tanto su superación está fuera de su alcance. Él la vive, la sufre, la reproduce. Su superación lo trasciende; su trascendencia lo supera. La contradicción que se manifiesta a nivel, digamos, conceptual, en la mercancía (la célula de la sociedad actual)… se manifiesta claramente en la contradicción entre el trabajador asalariado y quien lo emplea. Todo asalariado es ya una contradicción, social. Su producción misma es contradictoria. Incluso su consumo es contradictorio. Cuando se enfrenta a un terreno infestado de contradicciones, pongamos por ejemplo un campo lleno de piedras, y decide combatirlas una a una, recogerlas todas; incluso ahí estará condenado a vivir en la contradicción permanente. Más esa es ya su decisión. Su voluntad lo condena a rechazar toda clase de violencia de género; a combatir dos millones de años de evolución humana. Ahora tiene que lidiar contra cualquier forma de explotación; no sólo humana, también animal, y vegetal. Su lucha es total. Cualquier tropiezo, una sola vacilación es ya signo de su incongruencia. La incongruencia de seguir siendo sólo un asalariado. Y llegará pronto quien le diga, le reclame, le juzgue, le dude. Mas incólume, deberá enfrentarla. De nuevo. Claro. Él podría contentarse con ser congruente con su consumo y seguir siendo el mismo productor desposeído que vende su trabajo a cambio de dinero. Su producción es enajenante, enajenada; en el consumo se redime. Individuo asalariado, aislado, capaz de autodeterminarse mediante el dinero, dinero mediante, compra sólo artículos congruentes; mercancías ¿sin contradicción? Se escinde. “No soy ocho horas de mi vida; soy su residuo”. Incapaz de vencer colectivamente se contenta con un triunfo parcial. La solución así como el problema, dijimos, es social. Vemos además que es anterior a su consumo. El consumo congruente y colectivo es una parte; más lo determinante es la producción colectiva, solo así se es congruente realmente. Incluso la producción del individuo como un individuo-sano es significativa. No-no debe importarte. La solución es también tópica, espacial. Un cuerpo sin contradicciones, un hogar, el mismo campo sin piedras. El mundo sin desposeídos. Antes, la contradicción… permanente.
II
O… la revolución… permanente. Tesis de Lev Davidovich Bronstein -conocido en México como León Trostky- hombre admirado, sobre todo, por congruente: Había comandado un ejército de 200 mil; nombrado Secretario de Asuntos Exteriores tras la victoria de su revolución (del ejército), ya había dado “todo el poder a los soviets” y seguía hablando de la revolución permanentemente. Su congruencia rechazó la tesis salinista, digo, stalinista de “la revolución en un solo país”; excluido del partido, acusado de máxima traición, de colaborar con el capitalismo fascista; fue expulsado del país revolucionario y vagó por Europa (con su esposa, su secretario, sus guardaespaldas y acompañado ocasionalmente por amigos) buscando asilo político, la revolución permanente. Ningún mandatario quiso custodiar los últimos días del hombre más buscado por la GPU, ninguno excepto: Lázaro Cárdenas ¿coherente? El stalinista PCM en voz del máximo líder proletario del país, Lombardo Toledano (diseñador -junto con Miguel Alemán, entonces gobernador de Veracruz- de la cooptación de los obreros mediante la creación de la CTM) condenó el arribo “del Viejo” a Tampico en enero 1937. Ahí mismo, en Tampico, Trostky declaró que no intervendría en la política mexicana; aún así, la expropiación petrolera de marzo llevó a un caricaturista a imaginar a Cárdenas como marioneta del fascismo trostkysta (¡ultra sic! jaja). Los únicos amigos comunistas que aparecieron en México fueron Diego y Frida, pero después de un tiempo -lo suficiente para que Frida enamorara “al Viejo” y que Siqueiros intentara asesinarlo en su casa- incluso de ahí fueron expulsados. En 1940 Trostky muere en Coyoacán como un hombre coherente: un piolet clavado en la frente. Tras su estela de persecuciones, amigos y familiares asesinados, una hija suicida, otro torturado. En su casa-museo persiste su criadero de conejos y gallinas: su propia producción de alimentos. Así, el capitalismo no podría envenenarlo. Trostky no murió por la boca.