Las concepciones liberales han negado desde siempre el origen económico del Estado burgués y lo han enmascarado haciendo mención de factores políticos, filosóficos y/o culturales -en otras palabras: la necesidad natural o el contrato social. Solamente aceptando esta perspectiva podría uno plantearse si México de verdad es un Estado fallido, pues estaría cuestionándose si la política del Estado ha fracasado en lograr la unión de la sociedad mexicana o si la cultura hegemónica ha fracasado en la creación de un consciencia nacional aglutinadora en torno a un “espíritu nacional”.
Sin embargo, la teoría marxista ha demostrado claramente que el surgimiento de los Estados nacionales se debió a la transformación de los sistemas económicos y productivos primitivos en sistemas expoliadores de la tierra y la riqueza, transformando las relaciones productivas. El paso de economías de posesión comunitaria de la tierra, por el ejemplo, a la concentración de la tierra, la producción y el comercio, en manos de unos pocos significó la acumulación del capital, bajo la dinámica de intercambio dinero-mercancía-dinero, en contraposición a la anterior mercancía-dinero-mercancía. De esta manera, se generó una estructura económica que servía de fundamento y que era reafirmada y protegida por las leyes, la política, la filosofía; todo con el fin de mantener esa acumulación en manos de unos pocos y a costa de la mayoría, de la real fuerza productora de la riqueza material.
Así pues, analizando a través de estas ideas la realidad mexicana, pero sobre todo, considerando estados más avanzados de la putrefacción neoliberal, como Colombia y Chile, el caso mexicano no puede ser una falla del sistema capitalista. La crisis económica, política y moral en la sociedad mexicana no es ni causa ni evidencia de un Estado fallido. Al contrario, es precisamente la existencia de ese Estado lo que permite contener todas las contradicciones sociales y económicas que genera el sistema desigual del capitalismo neoliberal en últimas fechas, pero de hecho, cualquier cara del capitalismo.
La crisis, como dice Slavoj Zizek, no es un inconveniente del capitalismo. También Marx lo decía ya: la crisis es inherente al capitalismo, es parte de su funcionamiento, pues no es posible mantener niveles de producción en constante aumento si no hay ni demanda ni consumo que los justifiquen; así como tampoco puede haber acumulación del capital en eterno aumento si hay sobreproducción y por tanto no hay mercados suficientes que invadir.
Entonces, no es casual que ante la peor crisis económica, política y militar del mayor imperio que ha conocido la humanidad, el tráfico de armas, el aumento de los precios de las drogas para estimular el mercado financiero, el control policiaco-militar de la sociedad -que a su vez ha permitido la inmovilidad social, aprovechada por el Estado mexicano para avanzar en la privatización de los hidrocarburos y otros recursos naturales, la salud, la educación, la precarización del trabajo-; no es casual, decía, que todos estos agobiantes males se impongan para mantener vivo al imperio y a la clase económica parasitaria mexicana dominante -y a sus lacayos políticos en todo el espectro ideológico institucional (PRI, PAN, PRD y anexas).
Veamos si en la cultura ha fallado el Estado, considerando que éste es un aparato de dominación y no de emancipación dentro del sistema capitalista. Los mexicanos somos reacios a aceptar la pobreza de nuestra cultura. Esa pobreza, por otra parte, no tendría por qué extrañar. Siglos de sometimiento y violencia, décadas de juventudes perdidas, una cultura impuesta a fuego y hierro, y actualmente dominada por el duopolio televisivo y por la industria cultural del imperio yanki -que además opera en todos los rincones del mundo. Pero somos orgullosamente mexicanos. Así que desde esa perspectiva, el Estado mexicano tampoco ha fallado, al parecer. Aglutina con un discurso patriotero a un espectro tan grande como el EZLN, los guadalupanos y la selección oficial de futbol. Aun queriendo enaltecer lo que queda de la diversidad cultural en el territorio mexicano, se puede ver que esa diversidad cada vez más, es un reducto y no una regla.
Tal vez la distancia pueda servir para mirarnos con más sinceridad. Miremos a Colombia, por caso, que en más de cuatro décadas de brutal guerra gringa, cuenta ya a más de 250 mil desaparecidos. El Estado colombiano, incluso, reconoce una cifra de 50 mil. En ese periodo de experimentación neoliberal, más del 80 por ciento de su territorio ha sido declarado legalmente susceptible de exploración y explotación petrolera y minera. Entre una población de cerca de 46 millones, tres mil personas poseen 62 por ciento de la tierra, lo que equivale a 6 millones de hectáreas. En los últimos años, de 2002 a 2010, considerando solamente su producto interno bruto, el gasto militar ha sido de más de 12 mil millones de dólares; aumentando a un ritmo de más de 9 por ciento anual, y sin considerar la cuantiosa y escadalosa inversión yanki a través del Plan Colombia -incluyendo las últimas bases militares instaladas y con las cuales puede controlar, no sólo el espacio aéreo sudamericano hasta la Patagonia, sino que también puede llegar a Africa. Mientras tanto, el gasto en educación ha aumentado en menos de dos por ciento anual, siendo también de alrededor de 6 por ciento (como el militar, pero a éste hay que sumarle el apoyo norteamericano con lo cual la cifra podría ascender hasta los 100 mil millones de dólares); además un tercio de ese gasto en educación es del sector privado. De los líderes sindicales asesinados en el mundo anualmente, entre el 50 y 60 por ciento son colombianos.
En fin, los datos de la economía colombiana en cuanto a privatización de la educación y la salud, la expulsión de jóvenes a otros países, la producción de drogas, los escandalosos nexos de políticos -desde el más bajo nivel hasta el actual presidente y antiguo ministro de defensa, Juan Manuel Santos-, con el narcotráfico y los grupos paramilitares, la gran pobreza cultural de un amplio sector de su gente, el control mediático que obliga a la sociedad al silencio, la anulación violenta y sistemática de cualquier tipo de organización popular crítica; todo ello habla del paradigma neoliberal de sometimiento, de barbarie, y no de un Estado fallido. Y México está ya en marcha, en caída libre, hacia ese proyecto de nación y de Estado, desde hace algún tiempo.
Entonces, podríamos decir, que hablar de un Estado fallido supone una situación en la que el Estado no es capaz de mantener la hegemonía en tanto dominación/administración consentida de la vida. Una situación incluso en la que el supuesto “monopolio legítimo de la violencia”, podría ponerse en duda. ¿Esto sería entonces una coyuntura con posibilidades revolucionarias, en tanto catalizador de “descontento social”, o bien, sería terreno fértil para el terrorismo de Estado, la inmovilidad ciudadana, y un auge del conservadurismo? Estado fallido e ingobernabilidad bien pueden ser objetivos a alcanzar.
ResponderBorrarEn un registro histórico, lo que me parece no hay que perder de vista, es el carácter oligárquico de las Repúblicas capitalistas latinoamericanas, así como su proyecto de nación-de-Estado. De ambos rasgos es que emerge su perfil como impulsoras de un proyecto identitario basado en la exclusión social, como Estados que, como señalaba Bolívar Echeverría, cumplen una “función ancilar para la reproducción capitalista global”, con una clase capitalista que no llega a generar capital productivo, y que no pasa de actuar como simple clase rentista y usurera, sobre-explotadora de la fuerza de trabajo.
Concisa exposición del tema la realizada por Larva en este artículo con relación a la egemonía capitalista imperante y cuya tesis me pienso yo, es que el Estado mexicano no es fallido por si mismo si no que se procura que así lo sea como parte de la maquinaria internacional que alimenta al gran reptil. Aunque me gustaría conocer una antítesis apropiada o preguntar a nuestros queridos autores de este blog si saben en qué parte de la historia del mundo se halla algún rasgo de esperanza que sea el antídoto requerido o por lo menos nos de una pista en cuanto a un plan estructural prometedor para todos aquellos que como tú, yo, nosotros; presenciamos desdichados la descomposición social, política, ecológica, económica... humana. Desde donde me encuentro, el hoyo negro del consumismo en el más amplio sentido de la palabra, es difícil percibir algún oasis.
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